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Alas

Hoy tengo la espalda dolorida. Muevo los hombros y me recorre el dolor dulzón de las agujetas en cada músculo. Es como si hubiera estado batiendo unas alas invisibles durante toda la noche.

Tal vez sea porque soy tu guardián, porque cuido de ti aunque tú no lo sepas. Siempre ha habido una parte de mí que pensaba que debía velar por algo o alguien. Y desde que te conocí no pasa un día en que mi recuerdo no te invoque. No hay una sola noche en que las alas de mi alma no se desplieguen para abrigar con sus plumas tu recuerdo, tu imagen.


Tengo la espalda fortalecida de planear por la blancura de tus techos. Desde allí velo por ti tanto en las noches de descanso como en las de insomnio. Aunque no me veas, aunque sólo me intuyas.

Das un sentido al batir de mis alas. Das un motivo para desplegarlas. Eres razón y objeto, destino y camino.

Vuelvo a mover mis hombros. El dolor aflora de nuevo, pero cuando se me dibuja tu cara se esfuma como volutas de humo en el aire.

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Soledad

Soledad camina entre el frío y las luces del invierno.

La cara le brilla cada vez que saluda a un conocido.

Cordialidad sincera que se torna fingida en cuanto deja de haber conocidos en su campo de visión.

Soledad está rodeada de gente pero se siente sola. No presta atención a las calles de nombres evocadores. No ve más allá de la burbuja en la que ha instalado su alma.

Soledad quisiera tener alguien cerca a quién contarle lo que la aflije. Tiene amigas y madre y hermanas, pero ninguna parece poder consolarla.

Soledad querría cruzarse con una mirada especial, confidente, que la rescatara de su fortaleza de soledad.

Soledad saca las manos enguantadas de sus bolsillos y deja que sus dedos rocen las de los demás.

Es Navidad, pero la gente aparta las manos cuando nota un contacto cálido.





La gente tiene miedo a tocarse, a ser tocada.

Hoy ella no encontrará esa mirada.

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