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Intentar es fácil

"Prometo seguir intentándolo."

"No me sirve. Limítate a hacerlo."

"No sé si podré."

"Entonces por qué prometes."

"Porque intentar es fácil."

Neurociencia para románticos


Si tengo que averiguar algo de cómo funciona el cerebro, que sea sobre cómo cicatrizan en él los recuerdos. Un aroma, una canción, el nombre de una persona, la forma en que pronuncias mi nombre...

Dónde, en qué rincón, en qué pliegue, en qué circunvolución queda grabado a fuego. Cómo se crean caminitos de neuronas, circuitos y redes que me llevan a tu recuerdo con cada cosa que te evoca. Cómo crece el caminito que me lleva al fuego de tu nombre.

¿Por qué no puedo olvidarte? Quiero saber cómo se almacena tu recuerdo con cincel en mi cabeza. Quiero saberlo porque no quiero olvidarte nunca. Porque de pequeño pensaba que el alma es la pila del cerebro. Y ahora, de mayor, creo que esa petaca, esa batería que da energía al cerebro se alimenta, a su vez, de recuerdos hermosos como los que tengo contigo.

No es formal, ni demasiado científico. Pero es un pedacito de fe al que me gusta aferrarme.

El descolocador

En el tren que va de Ciudad Idilio a Ciudad Vanidad, iba una joven pareja haciéndose arrumacos. Se besaban continuamente, riendo y jugando, deseosos de llegar a su destino para dar rienda suelta a la creciente excitación que sentían. Y nadie parecía percatarse puesto que el tren iba medio vacío y, respetuosamente, el resto de pasajeros se sentaba en otros lugares libres y les dejaban continuar con sus caricias y besuqueos.

A mitad del trayecto, en una de las muchas paradas, subió un hombre de mediana edad que se sentó delante de la pareja. Ella estaba sentada en el regazo de su chico y se reía, esperando que el recién llegado se sintiera cohibido ante la escena y decidiera marcharse a cualquiera de los muchos sitios libres que todavía quedaban en el vagón. Sin embargo, el hombre comenzó a mirar a la pareja fijamente. El chico susurró a su pareja, algo incomodado, que se sentara a su lado y ella, a regañadientes, lo obedeció, pero sin dejar de besar ni de juguetear con su chico. El hombre misterioso, sin apartar la mirada, se sacó el móvil del bolsillo del pantalón y apuntó con su cámara a la joven pareja.

“Perdona, guapa, podrías volver a sentarte sobre tu chico, es que sino no os cojo a los dos...”
“¿Qué?”, Dijo extrañado el chico.
“¿Quién es usted?”, preguntó la muchacha separándose de su pareja y mostrándose alerta.
El hombre, sin dejar hacer como que filmaba con el móvil, respondió:
“¿Conocen a esos señores que trabajan en el cine colocando a la gente que llega tarde a la sala?”
“¿Los acomodadores?”, afirmó sin comprender el chico.
“Pues yo soy un incomodador. A mí me pagan por descolocar a la gente. Besaos un poquito.”
La chica, que todavía estaba cogida de la mano de su pareja, se soltó y pasó a sentarse debidamente, con la tez roja como la grana.
“Es usted un cerdo”, Dijo ella.
“Lárguese de aquí”, Amenazó el chico.
El hombre se puso en pie.

“Me llaman de muchas formas. Aguafiestas, corta-rollos, rompe-atmósferas, saboteador, censurador... Yo me dedico a evitar comportamientos fuera de lugar en sitios públicos. Pueden estar tranquilos,” dijo lanzándole el teléfono al chico, “este móvil es una maqueta.”

Los chicos se miraron perplejos y observaron cómo el incomodador se marchaba y se acercaba a un chaval que escuchaba su MP3 con los pies estirados sobre el asiento de enfrente. Ni corto ni perezoso, apoyó su zapato sobre el muslo del chico:

“Me permites, es que se me han desatado los cordones.”, se agachó un poco más sobre el zapato apoyado en la pierna del chico. “Huy, creo que he pisado una catalina... no te importa, ¿no?”

Mi capa

Oscar Wilde dio una gran definición de la Moda: Después de todo qué es la moda? Desde el punto de vista artístico una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses.

Las capas ya no están de moda. Y es una lástima, porque poca gente sabe que están directamente relacionadas con el alma. Se podría decir que el alma es una gran capa. Del color que cada uno quiera, con el corte que vaya con la personalidad de cada cual. La forma y el color es lo de menos. Lo que realmente importa es que tenga el mayor número de remiendos posible:

A lo largo de la vida nos encontramos con personas: familiares, amigos, amantes,... a los que entregamos un trocito de nuestra capa. Cada vez que damos un fragmento, la capa pasa a tener un agujero. Este agujero es cubierto, a su vez, con los pedazos de capas que recibimos de otras personas. A veces nos dan un pedazo más pequeño que el que habíamos entregado. Otras veces es más grande y podemos cubrir otros huecos o, incluso, agrandar un poco más la capa.

En ocasiones se sufren grandes decepciones: un amor no correspondido, una traición de un buen amigo, y el hueco que queda en tu capa parece que nunca podrá ser reemplazado. Por ahí entra el frío, que es como la soledad o el miedo, sentimientos que se hacen más grandes cuanto más tiempo se les dedica.

Pero si se ha escogido bien, si la tela de quienes te has topado a lo largo de tu periplo es de buena calidad; Si te dejas arropar por las capas de quienes te quieren y desean lo mejor para ti, esos agujeros se remiendan y el frío desaparece.

Estoy orgulloso de mi capa. Es grande y está llena de parches de todos los tamaños, colores y formas.

Y hoy la miro antes de ponérmela para salir a la calle y sonrío, agradeciendo a todas y cada una de las personas que han contribuido a su tejido. Y sólo espero que los trozos que he repartido a lo largo de mi camino abriguen a quienes les entregué un pedazo de la mía.

Armadura de batalla



Sir William Afraid miraba en derredor sin decidirse por ninguna armadura en particular. Anvyl, el herrero, salió de la trastienda con una coraza que, a su parecer, podría ser del gusto de su exquisito cliente.

- Demasiado ostentosa, quizás, querido Anvyl.

- Es ligera y resistente. Permite una gran movilidad y posee una delicada filigrana de oro con el motivo de los dos dragones con las cabezas cruzadas, el escudo de su feudo.

- Ya pero es que, verá, busco una armadura más de batalla.

- ¿De batalla?

- Sí, más sufrida. Al final siempre acaba manchada de barro, sangre y ceniza.

Anvyl abrió la boca y la volvió a cerrar varias veces sin emitir ningún sonido. Sir William Afraid era el primer noble que conocía que renegaba de las florituras propias de su rango. Lo normal era abusar de los metales preciosos, muy maleables pero poco resistentes. Lo habitual era el exceso en adornos, heráldica y sellos de familias de apellidos enlazados con “de” para tener más alcurnia. Y las plumas. Les encantaba llevar plumas en el casco. Y de colores. Y no unas plumas de aves rapaces, de majestuosas águilas o feroces gavilanes. No. Te pedían plumas de faisanes y pavos reales. Les gustaba emperifollarse y cabalgar en corceles llenos de colores y adornos que conseguían atraer la atención del enemigo desde cientos de metros de distancia. Y ahora llegaba Sir William Afraid y le decía que quería una armadura sin adornos:

- ¿Más de batalla, entonces?

El noble se enfundó sus guantes de terciopelo y, calzándose el sombrero de ala ancha, se despidió de su humilde herrero:

- Sí, querido Anvyl. Algo que funcione. Que no se destroce con una estocada. Algo que me permita pasar desapercibido.

El bueno de Anvyl se sorprendió a sí mismo con una lágrima de emoción cayéndole por la mejilla. Por fin iba a poder hacer el trabajo de su vida.

- ¡Héctor, prepara la fragua!

Mantas

Hoy hace frío y las mantas tiritan de soledad. Algunas están estiradas y pulcramente dispuestas en las camas. Otras están arrugadas formando un ovillo. Todas ellas están heladas, deseando que un cuerpo cálido se cubra con ellas. Se han pasado todo el día a solas y a expensas del aire frío de estos días que se tornan noche a partir de las cinco. Y ahora que la aguja de las horas vuelve a acercarse a su zenit, las mantas se regocijan ante la idea de que alguien se envuelva en su interior, esparciendo su aroma y su calidez. Alguien que propague su suave calor a una pieza que sólo sabe dar abrazos. Hace frío, pero cuando cae la noche las mantas se alegran de tener a quién calentar.

Pensar en presente

Este post debe leerse con una canción de Madeleine Peiroux de fondo… This is heaven to me…

http://www.lastfm.es/music/Madeleine+Peyroux/_/This+Is+Heaven+to+Me?autostart

ó




Estaba sentada en su rincón favorito del Café Trípoli. Se levantó lentamente sin poder evitar escuchar a dos mujeronas emperifolladas y recubiertas de pieles y joyas como si no hubiera nada debajo de toda esa parafernalia. Hablaban mal de alguien que no estaba presente. Ella les sonrió educadamente y salió del café al frío de la tarde de noviembre.
Se puso su gorro de lana gris, se apretó el abrigo contra el pecho y salió contenta a la calle. No sabía a qué se debía, pero todo le arrancaba una sonrisa. Una niña que protestaba porque quería el traje de Cenicienta que había visto en el escaparate de la tienda de disfraces de Morris Soto, un perrillo juguetón que había enredado su correa entre las piernas del joven que lo paseaba, un señor serio y obtuso esperando en la parada del autobús que se puso a hacer carantoñas a un bebé que miraba estupefacto y no sabía si reír o llorar.
El autobús se detuvo y ella entró sonriendo. El conductor le devolvió la sonrisa. La gente iba seria, gris, mirando a ningún sitio dentro del bus. Miraban la hora deseando llegar a sus destinos. Miraban las luces de fuera sin verlas. Y ella los veía a todos ellos y se sentía dichosa. No los compadecía. Tampoco los envidiaba. Sólo se sentía bien y pensaba que todos ellos podrían estarlo también. Que la felicidad no está en ningún sitio y también puede encontrarse en cada pequeño gesto.
Presionó el botón de parada. El autobús se detuvo. Antes de bajar se despidió de una niña junto a la salida que llevaba un globo de un ratón cabezudo con orejas negras y parabólicas. La niña le devolvió el gesto con la mano y balanceó con alegría unas piernecitas que todavía no alcanzaban al suelo.
Avanzó hacia su portal, deshilvanando un pensamiento que la hizo sonreír de nuevo. A lo mejor ése es el secreto que explica por qué se siente tan bien. A lo mejor es tan sencillo como volver a ver las cosas como cuando éramos niños. Como cuando no llevábamos reloj y el futuro no nos importaba porque quedaba muy lejos. A lo mejor es tan fácil como aprender a disfrutar de lo que ocurre ahora mismo sin estar pendientes de qué ocurrirá a continuación.

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