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Neurociencia para románticos


Si tengo que averiguar algo de cómo funciona el cerebro, que sea sobre cómo cicatrizan en él los recuerdos. Un aroma, una canción, el nombre de una persona, la forma en que pronuncias mi nombre...

Dónde, en qué rincón, en qué pliegue, en qué circunvolución queda grabado a fuego. Cómo se crean caminitos de neuronas, circuitos y redes que me llevan a tu recuerdo con cada cosa que te evoca. Cómo crece el caminito que me lleva al fuego de tu nombre.

¿Por qué no puedo olvidarte? Quiero saber cómo se almacena tu recuerdo con cincel en mi cabeza. Quiero saberlo porque no quiero olvidarte nunca. Porque de pequeño pensaba que el alma es la pila del cerebro. Y ahora, de mayor, creo que esa petaca, esa batería que da energía al cerebro se alimenta, a su vez, de recuerdos hermosos como los que tengo contigo.

No es formal, ni demasiado científico. Pero es un pedacito de fe al que me gusta aferrarme.

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El descolocador

En el tren que va de Ciudad Idilio a Ciudad Vanidad, iba una joven pareja haciéndose arrumacos. Se besaban continuamente, riendo y jugando, deseosos de llegar a su destino para dar rienda suelta a la creciente excitación que sentían. Y nadie parecía percatarse puesto que el tren iba medio vacío y, respetuosamente, el resto de pasajeros se sentaba en otros lugares libres y les dejaban continuar con sus caricias y besuqueos.

A mitad del trayecto, en una de las muchas paradas, subió un hombre de mediana edad que se sentó delante de la pareja. Ella estaba sentada en el regazo de su chico y se reía, esperando que el recién llegado se sintiera cohibido ante la escena y decidiera marcharse a cualquiera de los muchos sitios libres que todavía quedaban en el vagón. Sin embargo, el hombre comenzó a mirar a la pareja fijamente. El chico susurró a su pareja, algo incomodado, que se sentara a su lado y ella, a regañadientes, lo obedeció, pero sin dejar de besar ni de juguetear con su chico. El hombre misterioso, sin apartar la mirada, se sacó el móvil del bolsillo del pantalón y apuntó con su cámara a la joven pareja.

“Perdona, guapa, podrías volver a sentarte sobre tu chico, es que sino no os cojo a los dos...”
“¿Qué?”, Dijo extrañado el chico.
“¿Quién es usted?”, preguntó la muchacha separándose de su pareja y mostrándose alerta.
El hombre, sin dejar hacer como que filmaba con el móvil, respondió:
“¿Conocen a esos señores que trabajan en el cine colocando a la gente que llega tarde a la sala?”
“¿Los acomodadores?”, afirmó sin comprender el chico.
“Pues yo soy un incomodador. A mí me pagan por descolocar a la gente. Besaos un poquito.”
La chica, que todavía estaba cogida de la mano de su pareja, se soltó y pasó a sentarse debidamente, con la tez roja como la grana.
“Es usted un cerdo”, Dijo ella.
“Lárguese de aquí”, Amenazó el chico.
El hombre se puso en pie.

“Me llaman de muchas formas. Aguafiestas, corta-rollos, rompe-atmósferas, saboteador, censurador... Yo me dedico a evitar comportamientos fuera de lugar en sitios públicos. Pueden estar tranquilos,” dijo lanzándole el teléfono al chico, “este móvil es una maqueta.”

Los chicos se miraron perplejos y observaron cómo el incomodador se marchaba y se acercaba a un chaval que escuchaba su MP3 con los pies estirados sobre el asiento de enfrente. Ni corto ni perezoso, apoyó su zapato sobre el muslo del chico:

“Me permites, es que se me han desatado los cordones.”, se agachó un poco más sobre el zapato apoyado en la pierna del chico. “Huy, creo que he pisado una catalina... no te importa, ¿no?”

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